¿Es el espacio doméstico de nuestro actual parque de vivienda adecuado para las exigencias a las que se ve sometido en estos momentos?
Estos días se leen publicaciones con muy diferentes intenciones entre las que destacaría las de muestras de solidaridad, las motivadoras y las informativas. También penalizaría a todos aquellos que han perseverado en confundir el espacio social con su mercado y han insistido en lanzarnos su marketing barato parapetado detrás de la etiqueta que yo, deliberadamente, omitiré aquí.
Me ha sorprendido no encontrar entre las publicaciones que he leído, ni siquiera las elaboradas con nuestro particular y valioso sentido del humor, referencias a la eficacia -o no- del espacio doméstico cuando lo solicitamos con tanta intensidad como ahora lo estamos haciendo. Tengo la sospecha de que muchas personas estarán acusando, quizá sin ser conscientes de ello, que sus viviendas son poco versátiles, que los espacios que día a día infrautilizan se revelan ahora poco elásticos e incapaces de absorber usos para los que no fueron concebidos.
Probablemente el problema esté asociado a la identificación de las estancias con su uso, recurso perezoso y habitual en la producción de arquitectura de uso residencial que acaba por definir muchas viviendas como la suma de varios dormitorios, una cocina, un salón y uno o dos cuartos de aseo. Menos probable, y aquí quiero decir más certero, sería confirmar que el mercado de promoción inmobiliaria ha estrangulado las posibilidades de que en esa ecuación sumen además espacios de relación. Y, desde luego, es inevitable llegar a la conclusión de que el mayor lastre de las viviendas ineficaces es el hecho de que, en ellas, a los espacios los caracteriza el uso que se les ha asignado -una condición externa, abstracta- y no aspectos que tienen un verdadero impacto en su calidad como su dimensión, la luz que los afecta o su relación con el resto de espacios. Todas ellas condiciones anticipables, cuantificables y concretas.
Querría saber qué piensa la gente en relación a las posibilidades de su espacio doméstico. Invitaría a quienes se sintieran desasosegados a medir el impacto que el espacio tiene en su bienestar más allá de su condición como contenedor de los objetos personales que les pertenecen y que, lógicamente, les reconfortan. Comprendo que la arquitectura no es un tema de conversación muy popular pero creo que, aún de manera invisible, forma parte de nuestra Cultura y hablar de los problemas -también de los casos de éxito- de los espacios en que vivimos contribuye a elevar nuestro criterio sobre la calidad de los mismos y, finalmente, a mejorar ese patrimonio.